SOLILOQUIOS

 


Tal vez esté llegando la muerte,
y nos mire con ojos huecos,
desde unas horas adelante  
en el camino del tiempo.

No me importa encontrarla.
Me iré con ella, sin resistir
porque ya sé lo que es el paraíso.

El paraíso es caminar de la mano de José 
por las calles largas de Perdriel

Es  una tarde de marzo o de octubre, 
que huele a flor o fruta nueva 
Es cortar unas hojas 
de aguaribay o de ruda
sumergirme en ellas cerrando los ojos,
tragar lentamente, 
degustando,
el sabor de la tierra abierta, 
del campo sembrado, 
del agua de acequia, 
y viajar en ese aroma, 
hasta el sitio
donde se guardan
todos los recuerdos felices de la vida

El paraíso es el combate de fuerzas 
entre  el cielo limpio
y el brote joven de los álamos, 
que al irse la siesta, se enfrentan
entrecruzan sus colores 
y uno sabe que se aman.
Es el trinar de la calandria 
que imita a los otros su hermosura 
el alarido de los teros aterrados
que defienden a sus nidos 

Es un perro flaco y viejo 
que ladra y te acompaña 
con confianza noble 

Atisbos de fe

Inspirada en La piel de del Tambor de A. Pérez-Reverte
I DESESPERACIÓN
Somos una diminuta partícula en el universo.
Eso "desespera".
Una parte insignificante
ruega a orillas de la nada.

Un soplo y cae.
Un soplo y caemos de la vida.
Un soplo y ya no somos.
Eso desespera:
"estar tan cerca de la nada que casi no soy".
II ESPERANZA
Sin embargo, ser tan intrascendente,
vuelve todo nimio,
con un tinte justo de desidia y tibieza.
En este destino de hormiga
no hay lugar a la “desesperación". 
Ya nada puede importar demasiado.
III EL TODO
Somos una partícula imperceptible en el universo
y somos a la vez millones de partículas,
que convierten nuestro cuerpo

en un inmenso universo.
Cada ser humano es en sí mismo una galaxia.
Cientos de átomos moviéndose en cada planeta:
el hígado, el páncreas, el pulmón, el corazón.
El cerebro,

el eje donde gira lo perceptible y lo imperceptible,
que nos hacen ser personas únicas.
El todo.

Yo un todo. 
Mis emociones, mi forma de procesar lo que sucede,
mis gustos, mis dolores, mis deseos.
Mi cuerpo, respondiéndome plenamente:
universo maravilloso y perfecto.
Solo algunos agujeros negros
repletos de angustias,

miedos,

ilusiones,
lucidez y locura,
que después de análisis y psicoanálisis
siguen sin explicaciones.
IV LA NADA.
Yo ínfima,
perdida en un universo perenne,
que no se conmueve por mi existencia,
ni por mis dolores, ni por mis alegrías.
Un universo con miles y millones de años luz,
al que no puede afectarle estos 20 minutos de mis deliberaciones,
ni las vueltas al sol que ha dado mi ser

en el efímero planeta Tierra.
Yo, la NADA, intento entender el TODO.

V EL TODO Y LA NADA
Guardado en esta partícula del universo que soy,
el secreto casi insignificante de poder entender el todo.
San Agustín

y el niño que trata de meter toda el agua del mar

en su pequeño pozo.
Eso es DIOS.
Es la capacidad que tengo dentro de mí
para pararme en la orilla del todo y entender sin ver.
Es la capacidad de concebir en unos instantes,
el tiempo perdurable y el espacio perpetuo,
espiándolo,
tirada en el escalón decimonono de la casa de Beatriz Viterbo
o en la orilla de un acantilado
o en la exageración del telescopio.

No importa dónde,
porque como un espejo frente a otro,
el infinito y la eternidad
pueden estar dentro de un ser perecedero y fugaz como yo,
que se atreve simplemente a pensarlo.
Esa capacidad de pensarlo

es la imagen y semejanza
del eterno e infinito Universo

que está dentro de uno.



El implacable


Me desagrada 

la impunidad con la que arrasás todo. 

Me molesta 

tu atropello ciego que no comprende

que al final no te espera el mar

sino un agujero negro. 

Me genera repulsión

ver que zamarreás sin piedad 

a los niños pequeños, 

le achicás los pantalones y los zapatos, 

les quitás los juguetes

te burlás de sus canciones. 

En un descuido de los padres 

los convertís en adolescentes huraños.

Me fastidia 

que llenés mi vida de gente

y te llevés a mis amigos a vivir otras vidas. 

Robás con desfachatez

las luchas y las ilusiones 

que olvidé bajo la rutina

y cuando las necesito

solo encuentro

las articulaciones secas, 

el aliento magullado,

unas muecas ajadas

¡Sos un sádico!

Te veo cada noche

regocijarte con mis gemidos

cuando el cansancio 

abusa una y otra vez de mí 

y yo suplico que todo pase pronto, 

que llegue el abrazo tierno del ocio, 

para salvarme,

para degustar

su saliva dulce de efecto narcótico,

que me hace olvidar 

que más allá 

está el vacío.



Quedarme


No envidiar a los pájaros que huyen del atardecer como si los quemara.

No seguir. El agua está quieta.

Tragar todo el viento 

dejarlo hacer lo suyo:

engañitarse

enronquecer

enmudecer. 

Que lo sacuda todo

según su capricho,

o que se apague

sin mover nada.


Dejar pasar sin que duela, y ni siquiera esperar a que llegue la mañana

Aquí  y ahora. Permanecer.

No esforzarme por entender

Respirar profundo

estirarme sobre la tierra

no importa lo que fui 

no importa lo que quise

no importa lo que busqué.

Ya no importa

dormir o no

Ya no importa.


(reflejo)


No envidiar a los pájaros que huyen del atardecer como si los quemara.

Dejar pasar sin que duela, y ni siquiera esperar a que llegue la mañana

No seguir. El agua está quieta.

Aquí  y ahora. Permanecer.

Tragar todo el viento 

No esforzarme por entender

Respirar profundo

dejarlo hacer lo suyo:

engañitarse

estirarme sobre la tierra

enronquecer

no importa lo que fui 

enmudecer. 

no importa lo que quise

Que lo sacuda todo

según su capricho,

no importa lo que busqué

o que se apague

sin mover nada.

Ya no importa 

dormir o no

Ya no importa

Quedarme





Vos, yo, ella.


Apenas balbuceaba 

estabas ahí

tus ojos 

tu inocencia. 

No recuerdo nuestras conversaciones, 

pero llenabas mis siestas de compañía.

Supe inmediatamente, 

sin entender quién eras,

que resultaríamos 

gratamente inseparables.


Cuando inició la pubertad 

fuiste cómplice de mis sueños.

Me ayudaste a ensayar los guiones,

los amargos

los buenos

los cursis

que la vida me dictaba.

Lloraste conmigo

como lloran las actrices 

como lloran las enamoradas.


Tuvimos peleas en la adolescencia.

Ella gritaba:

nada alcanza,

ni las buenas calificaciones

ni los buenos amigos.

Nos lastimaban la alegría

sus miedos y sus inseguridades

Yo 

me veía

gorda, fea, hueca, mala

Vos

insistías dando ánimo.

Te odié por momentos,

pero juntas

atravesamos con éxito

la secundaria.


Me ayudaste en la facultad

repetiste conmigo fechas, nombres y puteadas.


Una noche se me partió el corazón

y unas astillas rojas y gordas

se me clavaron en los ojos

Nunca te vi así

con los párpados deformados

por el dolor

Me miraste y me dijiste:

hay que superarlo.

Sacaste con suavidad las astillas.

Susurraste:

"van a quedar cicatrices, pero solo las notaremos nosotras"

Y desde ese día, cada mañana,

 desafinamos a Serrat:

"Hoy puede ser un gran día"


Superamos el corazón trizado.


Cuando volví a encontrar el amor

quedaban los huecos,

pero, como el corazón era más grande,

no se notaban tanto.


Me mostraste la novia que quise ser

el vestido que cosió mi madre,

la capelina que soñó mi tía,

y mis margaritas.

Porque eso era yo:

siempre margaritas,

nunca rosas.

Margaritas: sencillas, simples, vistosas,

alejadas del glamour y de las convenciones.

Fue todo disfrute,

sin peleas,

sin angustias.


Tiempo después me dijiste:

¡se nos perdió la cintura!

Vimos juntas un cuerpo de heladera 

convertirse en bola,

y vinieron los niños

que ocuparon todo.


Te volví a encontrar más tarde,

después de los 40.

No hubo que explicar nada.

Nos reconocimos

en la piel flácida y manchada.

Con las canas nos hicimos rubia,

nos pusimos bikini,

nos olvidamos de la celulitis,

nos reconocimos viejas.


Llegamos a la orilla de la adultez

entramos dignas a la vejez.

Saboreamos la vida hasta el tuétano,

no lo hemos hecho mal:

elegimos bien,

le sacamos el cuerpo a la tentación de sucumbir

y nos pusimos de pie,

nos limpiamos las corneas

para ver lo precioso que nos rodea,

y, entre besos y mates,

hoy podemos dejar transcurrir la vida,

sin miedo a ofenderla 

por exigirle más de lo que nos ofrece.







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